domingo, 14 de septiembre de 2008

La Estandarización.

Bueno, lo primero que hay que preguntarse es qué entendemos por estandarización. Si miramos la definición en el DRAE nos remite a estandarizar y de aquí a tipificar, verbo del que dice lo siguiente: "Ajustar varias cosas semejantes a un tipo o norma común", es decir, intentar englobar cuantas más cosas en un mismo modo de proceder; o dicho de otra forma que da un poco más de miedo, amalgamar todas las acciones humanas bajo unas cuantas pocas normas aplicables y útiles para toda la humanidad.

Hablando con Vermon sobre este particular, me sugirió la posibilidad de relacionar este concepto con la famosa globalización. No hay duda que no puede haber globalización sin estandarización, porque, ¿qué es la globalización sino la producción, embalaje, distribución y consumo (en cualquier parte del mundo) de una serie de productos "útiles" para todos aunque seamos muy distintos? De todos modos, he de decir, y esta es mi modesta opinión, que la estandarización es anterior a la globalización, dado que este término es de nuevo cuño, aunque existiera con anterioridad a que llegara a nuestros oídos. Así, la estandarización surge con la primera industrialización en Inglaterra y llega a su punto álgido con la producción en cadena, que no es otra cosa que la aplicación de una serie de normas, de producción en este caso, para la consecución de un objeto.

Ejemplos de esto hay muchos, pero vamos a refrescarnos un poco la mente y citar algunos. Los establecimientos Starbucks, cafeterías repartidas a lo largo de todo el globo, producen cafés idénticos en Londres, Nueva York o Tokio; las hamburguesas de cualquier Burger King de Francia saben igual que las de un homónimo en Australia, la ordenación de las estanterías de un Eroski es igual en Mondragón que en Cáceres, y así podríamos seguir hasta el infinito y más allá. Esto en cuanto a los objetos, pero, ¿cómo nos afecta esto a las personas?

En un principio la estandarización se ampara en un facilitar la tarea de comprar un café, una hamburguesa o un tubo de pasta de dientes a las personas. Pero las consecuencias van mucho más allá. Lo que se está consiguiendo con esto es acotar el pensamiento de las personas (¡¡cómo flipas chaval!!, pensaréis algunos). Lo único cierto es que de esta forma están reduciendo nuestros recursos a la hora de acceder a una hambuerguesa, a un bote de tomate, la adquisición de un coche... De hecho hoy en día si nos desplazamos de nuestra ciudad a cualquier otra en el extranjero, observaremos que el obstáculo del idioma no nos supone un trauma definitivo, dado que podremos hacer cualquier cosa, ya que no dista mucho de lo que tendríamos que hacer en nuestro entorno para conseguirla. Es decir, que con esas pocas normas inconscientes que tenemos interiorizadas desde chiquitos, podemos desenvolvernos en cualquier lugar del globo. Para algunos esto puede ser positivo, yo lo veo como una homogeinización de la humanidad que no puede llevarnos a buen puerto, porque al final todos nos comportamos como ovejas que siguen a un pastor invisible y a las que pueden dirigir a su antojo y hacia donde ellos quieran. ¿Quién es ese ellos? Pues sin duda los seguidores e impulsores de esa estandarización, sobre todo megacorporaciones, multinacionales...

Esta es la idea clave, acotar el pensamiento, reducir los movimientos de las personas, en difinitiva, estandarizarnos a nosotros también, simplificarnos hasta que seamos todos iguales. Algo parecido se sugería en 1984 y el uso de la neolengua. A muy grandes rasgos la idea era reducir la capacidad de hablar del ser humano a la sola emisión de una serie de graznidos, de modo que se limitara el pensamiento y las personas pudieran ser más fácilmente controladas y dirigidas. Todavía estamos lejos de esta visión apocalíptica que sugería Orwell allá por 1948, creo.

Por otro lado, y para reafirmar esta última idea os cuento un error de la estandarización, aunque pensándolo mejor, no fue la estandarización lo que falló, sino el lado humano a la hora de aplicarla, lo que deja entrever que todavía las personas no somos tan autómatas y que podemos seguir equivocándonos que es lo que nos hace humanos.

Os cuento, el 19 de junio de este fatídico año, me rompí la cabeza del radio patinando. Fue una caída tonta de consecuencias nefastas: ADIOS VACACIONES. En el hospital (lugar en que toda acción médica se realiza siguiendo unos procedimientos cerrados e idénticos en todo el mundo. Ante una fractura de cabeza de radio se actúa igual aquí, en Bombay, Buenos Aires y Los Ángeles: inmovilización a 90º, después vendaje compresivo y por último rehabilitación de la articulación.) aplicaron el protocolo y en un mes ya estaba en la rehabilitación. El brazo estaba casi igual que al principio. Hasta aqui todo bien.

Pero volví a caerme de la misma forma, en un intento de documentarme para realizar esta entrada aún a costa de mi integridad física (esto es coña, pero quizá así la gente que lea esto no piense que soy gilipollas profundo al volverme a poner los patine habiendo pasado tan poco tiempo). La cosa es que acudí a un hospital diferente y el médico de guardia se saltó un paso en la aplicación de la norma estándar que rige este tipo de fracturas. Así, centrándose únicamente en los resultados que una máquina de rayos le daba, decidió saltarse la exploración manual del codo que le hubiera hecho deducir la no fractura. O sea, que antepuso la decisión de una máquina a la suya misma, lo que de verdad asusta, como veremos ahora. Así que ahí estaba yo con mi escayola que tenía que haber tenido durante tres semanas, de no ser porque tenía una revisión con el traumatólogo para ver el estado de la fractura anterior. Este, al oir mi versión, decidió quitar la escayola (desoyendo lo que dictaba la estandarización) e hizo una exploración manual cuya conclusión fue que no había fractura. Adios escayola, vendaje compresivo, dado que el golpe fue fuerte y en 10 días ya está el brazo "bien".

¿Qué hubiera pasado si nadie hubiera decidido saltarse los dictados de ese modo de proceder cerrado? ¿Cómo estaría mi codo? ¿Podría volver a echarme espuma de afeitar, arrascarme la oreja o sacarme un moco? Quién sabe. Lo que sí se es que esta vez no lo voy a comprobar porque esta entrada ya está acabada.

Para concluir una recomendación musical: Manos de Topo y su Ortopedias Bonitas. Letras surrealistas e impredecibles cargadas de denuncia social.

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